TBA — Capítulo 5

A partir de ese día, Albrecht sacaba su espada y corría por el bosque con los niños, dándoles órdenes como si se hubiera convertido en el comandante de un ejército.

Sin embargo, se dio cuenta de que ya estaba en la edad adulta y acabó perdiendo el interés por ese juego de rol. Le parecía infantil. Necesitaba algo más estimulante.

Decidió atrapar un pequeño animal para descuartizarlo. Era espeluznante, pero al mismo tiempo estimulante.

Solía pasear con los niños para atrapar pequeños animales y comerlos incluso antes de tener una espada, pero esta nueva sensación de cortarlos con una espada era completamente diferente.

Esta era la famosa sensación de matar. Sí, era cruel comérselo después de romperle el cuello, arrancarle la piel y sacarle las tripas. Pero era diferente de cuando lo sostenía vivo y lo cortaba con una espada. Esto último se sentía como «matar», mientras que la primera situación podría definirse como “atrapar”.

Sin embargo, esa sensación no duró mucho, ya que desapareció después de cortar docenas de animales pequeños. Albrecht pensó que esta espada no debía usarse para este tipo de cosas. Aquello no era una práctica de arte marcial.

Se preguntó cómo se sentiría si cortara a una persona.

Aunque Albrecht siempre llevaba su espada consigo y siempre estaba rodeado de niños, nunca se había visto involucrado en un accidente así. Pensó que era necesario que alguien que ya había alcanzado la mayoría de edad actuara como adulto.

Además, nunca escucharía el final del sermón de su padre si se metía en problemas.

Sin embargo, era libre. Así que Albrecht corrió por el bosque hasta que su resistencia inhumana se agotó, taló todos los árboles que pudo hasta que sus músculos protestaron por el esfuerzo.

Él era libre.

De repente se le ocurrió una idea. ¿No sería correcto que solicitara un duelo con alguien que lo molestara primero? En estas tierras, no es un crimen matar a alguien en un duelo. De hecho, es una regla común en todo el continente.

Los crímenes fuera del territorio eran desenfrenados y, si no había testigos, anónimos. Por supuesto, todo cambia una vez que el crimen ocurre dentro del territorio de un Lord, porque estaba gobernado por la ley y las reglas del susodicho Lord.

Su padre no dudaba en aplicar castigos crueles a quienes cometen asesinatos, robos, violaciones y toda clase de violencia en general. Nada de esto ha ocurrido desde que él nació, pero la gente decía que, en el pasado, su padre era realmente aterrador.

Aun así, su padre era un hombre respetado por manejar todos estos asuntos con justicia.

Por ende, tenía que pensar bien en sus acciones. Necesitaba organizar un duelo para poder matar a una persona sin recibir un castigo. Con este pensamiento en mente, Albrecht fue por ahí iniciando disputas con la gente de su territorio.

Empezó robando huevos de las casas de los demás, o pisando sus cultivos deliberadamente. No obstante, nadie tuvo el valor de enfrentarse a él.

Así que se dirigió a la casa de otra persona y comió todo lo que allí había. Registró otra casa y les quitó sus monedas de plata diciendo que no trabajaban duro y que aquello eran sus impuestos.

Todo lo hizo junto con un grupo de chavales que se sentían encantados con el jaleo que causaba, y poco a poco las cosas escalaron a incidentes mayores, como acosar a las mujeres, golpear con descaro a la gente y generar disturbios sin razón alguna.

Por meses, Albrecht no encontró resistencia o castigo alguno. Así que aumentó la apuesta mientras, en algún momento, se olvidó del duelo que quería conseguir en un principio y se emborrachó de poder, saboreando la indulgencia de todas las personas en el territorio de su padre.

Un día del décimo mes del año, Albrecht comía nueces sentado en la parte inferior del montón de madera que quedaba cerca del castillo. No muy lejos de donde estaba sentado, una niña estaba rodeada de niños, acosándola con burlas y risas.

Para entonces, Albrecht von Hoenkaltern era considerado un joven atroz, pues lo que hacían ya no podía considerarse una travesura de niños. Algunas personas observaban desde lejos con simpatía. De repente, oyeron hablar a alguien.

«…no es diferente a un bandido».

Albrecht miró en dirección a la voz y se encontró con un joven que a su vez lo miraba. Parecía asustado cuando sus ojos se encontraron, pero siguió fingiendo valentía.

«¿Qué acabas de decir?»

«He dicho que no eres diferente a un bandido».

«Ho, vean a este maldito bastardo. ¿Estás loco? Sabes que me acabas de insultar, ¿verdad?»

El tono de voz de Albrecht había cambiado al de un arrogante bribón después de tantos meses sin recibir un castigo. Llevaba una doble vida en la que se comportaba como un obediente mocoso en casa y un gángster cuando estaba fuera.

«Deberías recordar lo que has hecho últimamente, joven Lord. Estás llegando a un punto donde nadie va a seguir aceptando lo que haces. Si no te detienes, no tendré más remedio que informar al Lord de tus acciones”.

«¿Te atreves a decir tonterías como esa? ¿Te atreves a amenazarme? ¿Por qué metes a mi padre en esto? Si tienes quejas sobre mí entonces actúa como un hombre. Usa tu propia fuerza y detenme».

El joven permaneció en silencio. ¿Cómo iba a luchar contra él cuando era obviamente el hijo del Lord? Además, sería imposible ganar esta pelea con su fuerza. Había visto con sus propios ojos a Albrecht cargar un tronco entero solo sin esfuerzo, también lo había visto mostrando su habilidad con la espada a un grupo de niños y no quería admitirlo, pero fue algo digno de ver.

Los niños dejaron de molestar a la niña cuando vieron a su capitán enfrentarse a un adulto. El ambiente entre ellos era muy tenso.

Hasta ahora, nadie había dicho nada en contra de su comportamiento. Esta era la primera vez y eso les hacía sentirse avergonzados, pero ver a Albrecht enfrentarse con confianza a los adultos les dio la confianza que necesitaron para no bajar la cabeza.

El número de personas que miraban de lejos el comportamiento de los niños aumentó, todos concentrados en la situación con expresiones de preocupación.

En ese momento, uno de los niños habló.

«Capitán… El Lord. Está ahí mismo».

Desde la distancia, se vio a Burkhardt regresando al castillo después de patrullar la frontera del territorio. Tenía que ir a saludarlo, así que Albrecht miró ferozmente al hombre cuando pasó junto a él y le preguntó:

«Tú, ¿cómo te llamas?»

«Me llamo Eric».

Eric no era un nativo del territorio. Supuestamente era oriundo del sur, pero la verdad es que nadie sabía su origen exacto. Entró en el territorio con solo una vaca y se instaló en el territorio tras recibir el permiso de Burkhardt.

Los habitantes de su territorio desconfiaban de los forasteros; sin embargo, no tuvieron más remedio que aceptarlo puesto que el señor le concedió permiso para quedarse. Le hicieron una cabaña de madera para que viviera mientras tanto, así que Eric se sintió agradecido y, a su vez, les ayudó con el trabajo en el campo.

Eric también ayudó con el trabajo obligatorio de los jóvenes en el aserradero. Esto hizo que la gente empezara a abrir sus corazones con este extraño.

En ocasiones, aquel extranjero también se mezclaba con los adultos y bebía cerveza. Nunca dijo de dónde venía, pero les contó historias sobre las cosas que había visto en el camino cuando viajaba desde el Sur.

Algunos escuchaban con atención, otros se asombraban y el resto simplemente no se lo creían.

Así, Eric se afianzó en el territorio y trabajó muy duro para continuar viviendo junto a ellos.

Pronto dejó de ser un secreto que la posesión más importante de Eric, era su ganado. No trataba a sus vacas como animales. Por el contrario, las consideraba su familia.