TBA — Capítulo 45

Albrecht salió del puesto de mando, y fue seguido por Randolph.

«¡Randolph! Reúne a los caballeros».

«Si, Maestro».

Poco después de que Randolph reuniera a los caballeros, el sonido de una campana recorrió la guarnición. Los soldados tomaron sus pertrechos y salieron de la guarnición para formar filas. Ahora parecían bastante experimentados después de la primera batalla.

Albrecht montó a Schwarz con su armadura completa y condujo a los caballeros a tomar su posición en la retaguardia del flanco derecho.

El ejército del rey Leopoldo podía verse en la distancia, y justo en el centro, se podía ver algo brillante. Era Manfred von Vanhenheim, el caballero con la armadura de placas. Parecía que estaba colocado en el centro para poder reaccionar lo antes posible si Albrecht se movía hacia la derecha o hacia la izquierda.

Ambos ejércitos portaban todo tipo de banderas con diversos motivos, cada una representando a su familia o territorio. Detrás de Albrecht, Randolph sostenía una bandera que representaba a Hoenkaltern. Cada uno de los caballeros detrás de él también llevaba las banderas que representaban a sus familias.

El despliegue y la disposición de la formación terminaron más rápido que en la primera batalla. El sol aún no se había puesto cuando ambos ejércitos esperaban en un tenso silencio.

Los civiles salieron de la guarnición, esperando ver luchar a sus padres, maridos e hijos. Todos miraban el campo de batalla, con las manos cerca de sus temblorosos corazones. Si su bando era derrotado, se desataría el infierno.

La brisa primaveral, capaz de hacer revolotear el corazón de una muchacha, atravesó sin previo aviso el campo de batalla lleno de armas y soldados.

Albrecht no quitó los ojos de Manfred, quien también le miraba a él. Ambos bandos sabían que su victoria dependía de la actuación de ambos. Albrecht se quitó el casco y se lo entregó a Randolph, pensando que no tenía nada que perder.

«Dame una lanza».

Randolph cogió el casco y le entregó una lanza sin mediar palabra.

Albrecht dirigió a Schwarz hacia el centro de los dos ejércitos, con su pelo rubio dorado ondeando al sol. Ambos ejércitos dirigieron su atención hacia él.

Cuando estuvo cerca del enemigo, se bajó del caballo y clavó su lanza en el suelo. Luego sacó su hacha de la cintura y respiró profundamente. A continuación, lanzó un grito de guerra que recorrió el campo de batalla completo, abriendo los brazos de par en par, como si estuviera abrazando el cielo.

«¡Manfred-! ¡Sal! ¡Ven hacia mí!»

No era el tipo de grito que un humano podría hacer fácilmente. Fue algo así como un trueno del cielo. Los soldados que estaban cerca de Albrecht sintieron que sus piernas cedían. Muchos tuvieron que apretar los dientes y apoyarse en sus armas para no caer.

Manfred miraba en silencio a Albrecht con el visor abierto, su armadura de placas brillando al sol. Albrecht volvió a gritar.

«¿¡Tienes miedo…!? ¡Cobarde!»

Manfred no reaccionó, pero los caballeros y los soldados sí. Estaba pidiendo un duelo en medio de la guerra. Aunque los duelos no podían evitarse en la guerra, era desmoralizante que su propio héroe se quedara inmóvil después de que le pidieran audazmente un duelo.

Albrecht gritó una vez más, señalando a Manfred.

«¡Michael! ¡Ludwig! ¡Los he matado a todos! ¡Ambos no son nada para mí! ¡Ese título de ‘famosos guerreros’ que ostenta tu familia debería ser eliminado!»

Era un insulto descarado. Tanto, que los soldados del rey Leopoldo querían dar un paso adelante para luchar contra el monstruo que tenían delante. Por otro lado, los soldados del pequeño rey se sintieron tranquilos, sus corazones latían rápidamente al ver a su héroe cometer una locura que, aún así, los dejo con un sentimiento de orgullo en sus corazones.

Manfred se quitó el casco sin decir nada y se lo entregó a su escudero. En un duelo individual, era mejor quitarse el casco para no obstruir los ojos y los oídos.

El escudero habló sorprendido: «¡Mi señor! ¡No tienes que responder ante él! Vamos a ganar de todos modos».

Manfred, que rondaba la treintena y tenía una cicatriz que le atravesaba la cara en diagonal, miró al joven muchacho con una expresión distintiva e indiferente. «Nos guste o no, algún día tendremos que luchar contra este caballero. No habrá ninguna queja si con su muerte terminamos esta estúpida guerra.».

El escudero tomó el yelmo con ojos temblorosos. Cierto, si se trataba de su señor, definitivamente ganaría. En términos de fuerza, Michael estaba efectivamente en la cima dentro de la familia Vanhenheim. Sin embargo, con la experiencia de la familia y en el combate con armadura, seguramente incluso este hombre monstruoso no tendría ninguna oportunidad.

Manfred desmontó de su caballo, se pasó los dedos por su pelo castaño rojizo y salió de su formación militar.

Albrecht se quedó mirando a Manfred mientras caminaba. La armadura de placas de Manfred estaba grabada con hermosos diseños y parecía una obra de arte.

No tenía escudo, sólo una espada larga, aunque la hoja parecía inusual, más larga y fina.

Los dos caballeros se enfrentaron en medio del campo de batalla. Nadie se atrevió a pronunciar una sola palabra, sólo se oía el sonido del viento barriendo la hierba y el canto de los pájaros en la distancia.

«Su familia debería ser despojada de ese título… ¿cuál era? ¿“los más fuertes”?. Michael era digno de respeto, pero Ludwig fue simplemente decepcionante», dijo Albrecht. Manfred respondió con la misma frialdad.

«Bueno, no hay nada que podamos hacer por ellos. No hay nadie a quien culpar más que a ellos mismos, ¿no crees?».

«¿Es ese el lema de tu familia o algo así?»

Manfred no respondió. En cambio, bajó su postura y sostuvo su espada larga con ambas manos.

Albrecht se adelantó, blandiendo su hacha con una mano. Manfred consiguió esquivar el ataque al mismo tiempo que balanceaba su espada en diagonal, superando la defensa del joven rubio cuando este se inclinó, esquivando con facilidad. Manfred, sin embargo, se abalanzó sobre él, consiguiendo golpearle en la mandíbula con el mango de su espada.

Albrecht se sobresaltó y rápidamente movió su cuerpo para dar un paso al costado, retrocediendo. Sin embargo, Manfred le persiguió, acercándose a una velocidad que lo dejó sorprendido así que Albrecht reaccionó por instinto, sujetando su hacha con ambas manos en un ataque cuya fuerza y velocidad aterrorizó al mismísimo Manfred. No obstante, Albrecht no estaba seguro si iba a golpear al enemigo o no, el ataque perfecto en todos los sentidos menos en la precisión.

En ese instante, Manfred retrocedió rápidamente. El hacha cortó el aire.

Maldita sea, es muy bueno. Supongo que la confianza de esos soldados en este hombre no es en vano.

Aunque Manfred había evitado el hacha de Albrecht y había retrocedido, había sentido el poder de la misma. Las acciones de Albrecht fueron rápidas, mucho más rápidas de lo que había esperado, y sin aberturas claras en su defensa.

Manfred pensó en los miembros de su familia, especialmente en Michael, y en cómo habían luchado contra él en el pasado. Siempre había arriesgado su vida en cada duelo al que se enfrentaba, pero hacía tiempo que no se sentía así: el corazón le latía rápido.

Todo el mundo en ambos bandos observaba el duelo de los dos caballeros con la respiración contenida. Nobles, caballeros, soldados y civiles mantenían sus ojos en el espectáculo, con el corazón latiendo rápidamente.

Esta vez, Manfred fue el primero en acercarse, con su espada oscilando de arriba a abajo como un rayo. Albrecht esquivó de lado mientras blandía su hacha con una mano. Evitaron simultáneamente los ataques del otro.

Manfred cambió a un estilo llamado “media espada”, sujetando la espada por la hoja de tal forma que el mango era usado como una maza; al mismo tiempo, se acercó a una velocidad vertiginosa a los brazos de Albrecht, intentando repetir la maniobra anterior. Albrecht, sin embargo, agarró la hoja con sus manos enguantadas de cuero, como si lo hubiera esperado, su fuerza fue suficiente para evitar que la espada se moviera. Entonces movió la cabeza hacia delante e intentó dar un cabezazo a Manfred.

Sin embargo, los brazos de Manfred se expandieron cuando giró su espada hacia arriba e intentó golpear a Albrecht en la cabeza con la guarda de la espada. Albrecht apartó rápidamente la cabeza y volvió a blandir su hacha. Manfred retrocedió a una distancia segura, otra vez.

La zona alrededor de la ceja de Albrecht estaba sangrando. No se sentía bien. Su oponente seguía utilizando técnicas molestas e inusuales —a diferencia de Michael, que arriesgaba su vida de forma imprudente. En este duelo a muerte, no importaba si uno usaba una técnica extraña o habilidades de lucha crudas. Esta pelea sólo le ponía de mal humor. Los ojos azules de Albrecht se convirtieron gradualmente en los de una bestia.

El ejército del pequeño rey se sintió desanimado al ver que Albrecht quedó estancado. Por otro lado, el ejército del rey Leopoldo estaba entusiasmado ante la perspectiva de una rápida victoria.

Manfred se acercó una vez más y movió su espada con la velocidad del rayo, usando la técnica “media espada”. Sin preocuparse por su hombro, Albrecht blandió su hacha con ambas manos, su arma un borrón en el aire.

Manfred se quedó atónito. Tanto si volvía a usar la media espada como si retrocedía, ya era demasiado tarde. Cuando su espada tocó el hombro de Albrecht, cortando la armadura de cadenas, el gambesón y la carne de su interior, el hacha de Albrecht ya le había alcanzado.

Los soldados que observaban el duelo rugieron con entusiasmo.

«¡Whoaaaa!»

Mientras los dos se movían, haciendo parecer que intercambiaban armas entre sí, los soldados gritaron sin darse cuenta.

¿Qué ha pasado? ¿Quién ganó?.

El Hacha del Trueno de Albrecht había atravesado la armadura de placas y se había incrustado en el torso de Manfred, la hoja oculta en el cuerpo de su adversario. Manfred se tambaleó y se obligó a ponerse en posición; sin embargo, no había forma de que su cuerpo obedeciera.

Entonces, Albrecht sacó el hacha que estaba clavada en el cuerpo de Manfred.

«¡Hgggk!»

Giró su hacha y cortó el brazo de Manfred que sostenía su espada.

«¡Ugh!»

Manfred cayó de rodillas, escupiendo una bocanada de sangre.

El ejército del rey Leopoldo estaba aturdido por la situación actual, sin saber qué había pasado. No podían creer lo que acababa de suceder. ¿No estaban ganando hace un momento?.

Manfred miró fijamente a Albrecht, su expresión seguía siendo indiferente.

«¿Tienes unas últimas palabras que decir?»

Albrecht le miró, sujetando su hacha con ambas manos. Manfred desvió la mirada y miró al cielo.

«No hay nadie más a quien culpar…»

Albrecht levantó su hacha y cortó la cabeza de Manfred.

El ejército del rey Leopoldo contempló la escena, atónito.

Albrecht sacó la lanza que había clavado en el suelo y la clavó en la cabeza incorpórea de Manfred. Luego dirigió su caballo hacia el flanco izquierdo del enemigo y gritó mientras sostenía la lanza con la cabeza atravesada.

«¡Ahora quién se atreve a luchar contra mí!»

El ejército del rey Leopoldo se quedó en silencio. Todos miraban a Albrecht, aturdido, con los ojos llenos de miedo. Se precipitó hacia el centro, todavía gritando.

«¡Venga, quién se atreve a vencerme!»

Continuó moviéndose alrededor de ellos, gritando, avanzando hacia el flanco derecho del enemigo.

«¡Cobardes!»

Luego arrojó al suelo la lanza con la cabeza.

Corrió a su antojo, como si el campo de batalla fuera su césped. Volvió al ejército aliado y empezó a correr hacia su flanco izquierdo. Pudo ver todas las caras conocidas con las que había comido juntos.

«¡Hans! ¡Lucas! ¡Levanten sus escudos! ¡Prepárense para avanzar!»

Mientras galopaba hacia el centro, seguía gritando los nombres de todos los conocidos.

«¡Adrian! ¡Sven! ¡Luchad con valentía! ¡Enseguida estoy con vosotros!»

Gritó, mirando a Sigmund en la distancia. «¡Toquen las trompetas para avanzar! ¡Todas las tropas, al ataque!»

Sigmund miró a Albrecht con una expresión inexplicable, tal vez de miedo, conmoción o temor.

Para sus enemigos, Albrecht era como un demonio venido del infierno; para sus aliados, era como un general caído del cielo.

Cuando llegó a su flanco derecho, vio a los soldados de Wittenheim.

«¡Pagad con vuestra sangre! Sobrevivan y reclamen sus derechos».

Su líder, Gunther, llamó al título de Albrecht en lugar de responderle.

«¡Rey Caballero!»

Los soldados de Wittenheim se unieron y pronto, todos los soldados a su alrededor, y los caballeros los siguieron.

«¡Rey Caballero! ¡Rey Caballero!»

La trompeta para avanzar fue tocada y escuchada. Todos marcharon hacia adelante junto con el Rey Caballero.

La moral de guerra del ejército del rey Leopoldo se había desvanecido por completo. Mientras los dos ejércitos se enfrentaban, Albrecht llamó a Randolph.

«¡Randolph! ¡Trae a los caballeros!»

Randolph inmediatamente condujo a los caballeros detrás de Albrecht. Los caballeros se habían convertido en una manada de lobos siguiendo a su alfa, todos con la mirada fija en la espalda de su líder mientras corrían, su cuerpo irradiando sed de sangre, un brillo de locura aparecía en sus ojos cuando observaban a sus enemigos.

Albrecht los dirigió para cargar desde el lado derecho. Sin embargo, antes de que pudieran llegar a su destino, los enemigos ya habían arrojado sus armas y huido. Los soldados veteranos y los capitanes de infantería no eran una excepción.

Sigmund también dio la orden de atacar. Los soldados se desprendieron de sus filas, corriendo hacia adelante y gritando con todas sus fuerzas.

Algunos valientes soldados enemigos se quedaron en sus filas, pero su formación ya había sido destruida.

Albrecht dio la orden de desmontar su formación en cuña y dejar que los caballeros persiguieran al enemigo a su antojo. La masacre comenzó.

El rey Leopoldo no podía creer lo que había sucedido. Ellos tenían la ventaja, tenían más números que su enemigo. ¿Cómo terminaron así las cosas? ¿Ahora ni siquiera pueden defenderse y van a perder? ¿Tiene esto algún sentido?.

Instó a los ayudantes a su alrededor a hacer algo rápidamente, pero ¿qué otra cosa podían hacer?.

Sin embargo, a cierta distancia de ellos, vio que el monstruo al que todos llamaban «Rey Caballero» se precipitaba hacia él. Asustado, se dio la vuelta y salió corriendo.

Varios valientes caballeros bloquearon el avance de Albrecht, pero ninguno sobrevivió más de un ataque.

Como era de esperar en el caballo de un rey, el del rey Leopoldo era rápido. Ni siquiera Albrecht pudo alcanzarlo. En ese momento, Randolph lo alcanzó pues su caballo galopaba a la velocidad de la luz.

«¡Randolph! ¡Mata al rey!»

Randolph alcanzó al rey y le clavó su lanza directamente en la espalda. El rey cayó del caballo al suelo. Cuando Albrecht se acercó, el rey parecía haber perdido la cabeza por el shock de caer del caballo y tener una lanza clavada en su espalda.

El pequeño rey había ganado… ¿O Sigmund? Albrecht miró en silencio el cuerpo del rey Leopoldo.


Apple: Lamento informarles, que el Traductor que se encargaba de llevar la novela del coreano al ingles, decidió dropear la novela. Se desconocen los motivos.