TBA — Capítulo 24

Albrecht se dirigió a la mansión de Georg con su conciencia inestable. Vio a Diego corriendo hacia él mientras se acercaba a la mansión.

«¡Albrecht!»

Albrecht perdió el conocimiento a lomos de su caballo.

Albrecht yacía en la cama rodeado por Georg, Diego, Elena, Martina y Anna. Un médico estaba tratando sus heridas.

El médico examinó la sangre de Albrecht con varios instrumentos y dijo: «Fue envenenado con los dedos del diablo, un hongo raro. No es un veneno mortal, pero no tiene cura. Tendrá que recuperarse durante mucho tiempo».

Diego preguntó ansioso: «¿Por cuánto tiempo?»

«Bueno, varía según la persona en cuestión. El veneno puede inducir mareos en el paciente. Puede tardar una semana o un mes en recuperarse».

El médico trajo un cubo para Albrecht por si necesitaba vomitar. También les dijo que le dieran comidas fáciles de digerir, como gachas de avena, y cuando terminó de darles instrucciones, recogió sus herramientas y se fue.

Georg pensó que esto era suficiente. El bando de Rutger ya había perdido su ventaja. Si los líderes de familia se unían y atacaban a Rutger a la vez, el hombre no tendría más remedio que rendirse y morir.

Sin embargo, un soldado, que abrió de repente la puerta, trajo una noticia inesperada.

«¡Mi señor, estamos en un gran problema! La Familia Pollard ha atacado nuestros almacenes».

«¿¡Gachelin!?»

Georg era un comerciante astuto. Después de mucho tiempo en el oscuro mundo de los mercaderes, ya había adquirido una visión perspicaz y se había vuelto muy inteligente.

‘¡Gachelin, maldito desgraciado! Así que has decidido traicionarme’.

Gachelin era el hombre de mediana edad que reprochó a los otros dos durante sus reuniones.

Era el jefe de la Familia Pollard, cuyo negocio principal era la pesca de arenque, peces que se mueven en grandes cardúmenes.

El hombre estaba obsesionado con controlar el monopolio del negocio del arenque, hecho que no le agradó ni a él, ni al otro líder de familia. Era ridículo. El mar de Roybeck estaba lleno de arenques, incluso si sólo se miraba la orilla. ¿Cómo podía declarar un monopolio si cualquiera podía pescar arenques con sólo echar una red al mar?.

El contraargumento de Gachelin era que los otros dos jefes tenían el monopolio del trigo y la madera. Aunque tenía éxito en su negocio de arenques, no le gustaba que los otros dos manejaran el mismo producto que él porque estaba en una posición en la que no podía cambiar los precios y siempre tenía que estar en guardia.

«Tengo que comprobar lo que pasa fuera. Cuida bien al Señor Caballero», le dijo Georg a Diego antes de irse.

Diego miró a Albrecht con sus ojos brillando de preocupación. Él también se sentía ansioso tras analizar la situación actual.

El conflicto entre las Grandes Familias y Rutger se convirtió en una guerra total cuando una de las familias decidió unir fuerzas con Rutger. La ciudad estaba ahora dividida en dos facciones. La mayoría de los ciudadanos estaban asociados abiertamente con las Grandes Familias, pero también estaban conectados secretamente con el Gremio de Ladrones debido a situaciones como deudas y relaciones políticas.

Por lo tanto, las personas sospechosas de estar relacionadas con gente importante eran arrastradas a plena luz del día para ser golpeadas o torturadas.

Las calles parecían tan desoladas que ni siquiera las hormigas se atrevían a pasar por ellas. Las casas del pueblo parecían vacías.

Si bien las Grandes Familias tuvieron problemas económicos durante mucho tiempo debido a los implacables ataques de Rutger, éste había podido beneficiarse utilizando a Albrecht de forma gratuita. Ahora, los ataques de Rutger volvían a causarles problemas.

Rutger había envenenado deliberadamente a Albrecht para inmovilizarlo. Mientras Albrecht estaba en cama, lanzó numerosos ataques, reorganizando sus tropas de tal forma que luego se encargaría de Albrecht una vez que sus ataques tuvieran éxito.

Después de atacar durante tres días, Rutger envió una carta amenazante a Albrecht para tantear el alcance de su victoria.

‘Ven al almacén 17 al atardecer. Si no lo haces, Elisa será arrojada a los barrios bajos para ser violada hasta la muerte. Ven desarmado’.

Albrecht le entregó la carta a Diego después de leerla. Diego la leyó también pero estaba sin palabras. Quería decirle que no se fuera, pero Albrecht parecía decidido a marcharse. El sol hacía tiempo que había cruzado la mitad del cielo.

«Esto no tiene nada que ver contigo, así que déjame terminar este asunto. No te culparé aunque muera. Esto es entre Elisa, Rutger y yo».

Su notable poder de recuperación y resistencia, similar al de un monstruo, le ayudó a curar la mayoría de sus heridas en tres días.

Sin embargo, a diferencia de las heridas que recibió de su padre, es probable que las cicatrices de las puñaladas permanezcan.

Pero no importa.

Albrecht se levantó un poco mareado, pero no tanto como para no poder moverse. Con un esfuerzo, salió de la habitación. Detrás de él, Diego lo observaba con preocupación.

Durante su camino al almacén, Albrecht pensó en muchas cosas. Desde joven supo que era inusualmente fuerte, aprendió artes marciales de su padre y más tarde se dio cuenta de que tenía un talento innato para ello. Entonces anheló salir al exterior y ver el resto del mundo.

Después de eso, fue expulsado de su hogar, tras lo cual mató a varias personas y masacró fácilmente a numerosos caballeros y mercenarios. Un día, empezó a tener la ilusión de que nunca moriría.

Pero casi fue asesinado por civiles. Porque sí, seguía siendo un humano de carne y hueso como cualquier otro. Había una posibilidad de que muriera en ese almacén al que se dirigía.

Antes, pensó en seguir sin falta las enseñanzas de su padre todo el tiempo que pudiera. Aun así, se enfrentaría a sus problemas de frente aunque tuviera que arriesgar su vida.

¿Debía considerar esta situación como una amenaza para su vida? ¿Quién era Elisa para él? Elisa era una prostituta de primera categoría, pero su trabajo era irrelevante. Ella era sólo una herramienta que Rutger utilizaba para manipularlo.

Sin embargo, sabía que le trataba de forma genuina cuando estaba con él. Su tacto suave y gentil, su atrevida pero encantadora forma de hablar. Y su piel…

Sería bueno que se divirtiera mientras trabajaba. Albrecht por lo menos apreció el tiempo que pasó con ella.

‘Un caballero protegiendo a una puta. Podría hacer de esto una canción’.

Con estos pensamientos en la cabeza, Albrecht llegó al almacén 17. Docenas de miembros del gremio y mercenarios fuertemente armados estaban estacionados cerca.

Un miembro del gremio que estaba delante del almacén levantó los brazos para indicarle a Albrecht que también debía levantar los suyos. Albrecht levantó los brazos para que comprobaran si había traído algún arma. Tras confirmar que no tenía armas, le dijeron que entrara en el almacén.

En el interior había muchas cajas apiladas. También había muchos miembros esperando dentro, de pie o sentados sobre las cajas. Había diez mercenarios que llevaban una armadura de cadenas de alta calidad. Sus miradas se posaron en Albrecht sin mediar palabra.