TBA — Capítulo 12

Albrecht se arrimó la capa y durmió de lado junto al fuego. Se despertó al amanecer, como había hecho siempre en sus quince años de vida. Sin embargo, aunque tenía habilidades físicas sobrehumanas, dormir en el suelo le resultaba incómodo.

Una vez que Albrecht se levantó, oyó un crujido. Las mujeres, que eran sensibles a su entorno, se estremecieron al instante y abrieron los ojos.

Albrecht las miró y dijo: «Desayunamos primero, luego decidiremos a dónde ir».

Las mujeres se levantaron y se prepararon para desayunar.

Cuando Albrecht terminó de comer las gachas* de conejo, volvió a hablar mientras bebía un poco de agua.

«Hay una estación de transporte de madera cerca de aquí. Aunque no he estado allí antes, probablemente sea un lugar donde la gente va y viene de distintas partes del territorio. Estoy pensando en ir a una ciudad desde allí. ¿Y ustedes?»

Las mujeres no respondieron en absoluto. Albrecht suspiró y se presentó.

«Me llamo Albrecht von Hoenkaltern. Fui desterrado por mi padre tras un incidente en nuestro territorio, así que es la primera vez que salgo al exterior desde que nací. Como soy un noble, me enseñaron a luchar y aprendí artes marciales. No tienen que ser tan cautelosas conmigo».

Las mujeres se quedaron mirándolo, todas con un brillo de confusión en sus ojos.

Quien le respondió esta vez no fue Elena, sino Anna, la chica de pelo castaño oscuro. Aunque esto no era un gran logro, también podría considerarse como un progreso.

«No tenemos ningún otro sitio al que ir. Tampoco tenemos dinero… Si vamos a una ciudad como estamos, sólo nos venderán como esclavas».

Albrecht escuchó a Anna y le contó lo que había pensado ayer antes de irse a la cama.

«¿Qué tal si me contratan con esas monedas de oro y plata del cofre? De todos modos, son suyas».

Había pensado que a las mujeres les gustaría esta propuesta. Sin embargo, no recibió mucha reacción de ellas. ¿Se había equivocado?.

Tal vez, se ha vuelto difícil para ellas creer en las palabras de otros después de haber pasado por muchas dificultades durante todo ese tiempo. Pensó que al menos sabrían qué hacer después de que les devolviera las piedras preciosas. No quería mucha responsabilidad, para ser honestos.

Esto se considera como proteger a los inocentes, ¿no es cierto, padre?

«El tiempo cuando el sol está arriba es precioso. Vamos.»

Mientras se levantaba, Albrecht pronunció un dicho de la gente del Norte. Salió de la cabaña y colocó el cofre en la silla del caballo, asegurándolo con una correa de cuero.

Las mujeres salieron de la cabaña con la cabeza agachada, como si fueran unas criminales. Todas se quedaron asombradas al ver la escena de la masacre que había ocurrido la noche anterior en el exterior.

En ese momento, Diego, el bandido locuaz, saltó de la nada y gritó.

«¿¡A donde llevas a esas chicas!?»

Diego se puso nervioso. Apuntó con su daga a Albrecht en una posición ambigua, con las caderas echadas hacia atrás y los brazos estirados hacia delante.

«¡Diego!»

Quien habló esta vez fue Martina. Albrecht pensó que probablemente se conocían porque ambos eran del mismo grupo de mercaderes. Sin pensar mucho en ello, respondió a Diego.

«Vamos a una ciudad cercana. Síguenos si quieres».

«¿¡Por qué vais a ir allí!?»

Albrecht se molestó.

«Deshazte de esa daga primero y luego habla conmigo, pareces un jodido estúpido».

Albrecht no creía que Diego fuera una amenaza en absoluto. Sin embargo, le resultaba molesto que alguien le apuntara con un arma, independientemente de que fuera una amenaza o no.

Diego obedeció y guardó la daga en la cintura al recordar la destreza sobrehumana que Albrecht mostró ayer.

«¿Por qué vas a una ciudad?»

Albrecht no pudo pensar en una respuesta de inmediato. ¿Por qué iban a ir a una ciudad? Para liberarlas.

«Sólo porque… Bueno, ya sabes… ¿para ayudar? Quiero decir, maldita sea. ¿Sabes qué? deberías lavarte primero si vienes con nosotros».

Diego miró a Albrecht con desconfianza, incapaz de simplemente aceptar sus palabras.

«Anda y lavate ahora. Date prisa».

Albrecht sacó su espada mientras hablaba. Diego se sobresaltó y no tardó en quitarse la ropa, corriendo hacia una tina de agua.

Esta bañera se utilizaba originalmente como bañera en las posadas. Pero como su escondite estaba demasiado lejos del río, se empezó a usar para almacenar agua potable, excepto cuando algunos mercenarios o mujeres la utilizaban para lavarse.

Martina habló mientras veía a Diego lavarse.

«¿Debería… ir y ayudar a Diego?»

Albrecht asintió.

Martina entró en la cabaña y salió con algo parecido a un paño. Cuando se acercó a donde Diego se estaba bañando, vio a un hombre delgado y desnudo que se echaba agua sobre el cuerpo con un cazo*. Diego temblaba a causa del aire frío de la mañana de finales de octubre.

Se sorprendió y dio un paso atrás cuando Martina se acercó y le tocó la espalda.

«¡Ma-Martina!».

«Te voy a lavar la espalda».

Después de eso, los dos continuaron sin decir nada. Albrecht, que observaba desde la distancia, se dio la vuelta y se preguntó cuál era la historia entre los dos.

«Voy a dejar que el caballo paste primero, así que vengan cuando hayan terminado».

Albrecht agarró la rienda del caballo y lo guió fuera de la valla para dejarlo pastar.

Albrecht sujetó las riendas de su caballo mientras caminaba por el mismo camino donde fue emboscado, el que tenía varias cañas a su alrededor. Las otras cuatro personas caminaban un poco más atrás de él.

La espesa barba y el pelo castaño oscuro de Diego seguían teniendo el mismo aspecto, pero de alguna manera parecía sorprendentemente joven después de haberse lavado. Sus ojos marrones también parecían más brillantes. Mientras miraba la espalda de Albrecht, se armó de valor y se acercó a este caballero con aspecto de monstruo, caminando a su lado.

«Umm… Señor Caballero».

«¿Qué?»

«¿Es… cierto que devolverás las piedras preciosas una vez que lleguemos a la ciudad?»

«No las voy a dar, eran suyas para empezar. Si quieren ir ahora por su cuenta, puedo entregarlas ahora».

«No, señor… ¿Pero no es extraño? Así no es como suelen actuar los caballeros…»

Albrecht, que no pudo explicar la perspectiva ética de la Tierra, suspiró.

«Ha… Esto es caballerosidad. Caballerosidad».

«¿Qué es eso de ‘caballerosidad’?»

La cosa era que no había ninguna palabra ni concepto de ‘caballerosidad’ en este mundo. Albrecht acuñó esa palabra en este mundo. Aunque su padre siempre le enseñó la noción de honor y deber, diciendo que era una tradición ancestral, nunca utilizó la palabra ‘caballerosidad’ cuando hablaba con él.

Esa tradición ancestral podría haber sido un principio fundamental en este mundo, que se aprendía prácticamente a través de la experiencia y se transmitía a través de generaciones para gobernar un territorio de la forma más noble posible. Las nociones morales pueden haber desempeñado un papel en el establecimiento de este principio fundamental en cierta medida.

Una vez que el feudalismo se estableció, este principio jugó un papel en la forma de vida de la gente.

Aunque la caballería no había sido debidamente observada en la historia de la Tierra durante la Edad Media, había una gran diferencia entre tener tal concepto y no tenerlo en absoluto. Era lo mismo que abrochar el primer botón de una camisa, por ejemplo. Sólo cuando el primer botón está colocado, se puede colocar el siguiente.

De todos modos, Albrecht no tenía ni idea de cómo explicar el concepto de «caballerosidad» a Diego.

«Se trata de principios, sobre el honor y el deber de un caballero. Yo los mantengo».

«¿Honor? ¿No es de lo que habla un dragón o un elfo?»

«¿Dragón y… elfos, dices?»

«He oído hablar de ellos, pero en realidad no los he visto».

«…entiendo».

Diego miró a Albrecht, aún sin entender nada de lo que decía. No entendía por qué el caballero no se quedaba con el tesoro, y no solo eso, incluso estaba dispuesto a devolverlos. Sí, originalmente eran suyos, pero ¿y qué?.

Ciertamente sería peligroso para ellos viajar sin Albrecht. Él estaría agradecido si ese caballero pudiera escoltarlos hasta una ciudad o una aldea, estaba seguro que las chicas estarían dispuestas a darle todo el tesoro para mostrar su gratitud. ¿Pero qué obtendría el caballero a cambio si no quería las piedras preciosas? ¿Realmente no iba a venderlos como esclavos? ¿Podrían realmente confiar en él?.

Diego, que había trabajado como comerciante toda su vida, calculaba los pros y los contras de la situación de manera casi inconsciente. Sin embargo, en el fondo de su corazón, siempre había querido perseguir algo grande. No estaba seguro de lo que le decía Albrecht, pero pensó que seguro se trataba de algo grande.

Después de que Diego se sumiera profundamente en sus pensamientos, le preguntó de repente a Albrecht, que era una cabeza más alta que la mayoría de la gente y con una cara grande, pero extrañamente juvenil:

«Señor caballero, ¿cuántos años tiene usted?»

«Quince».

Las mujeres que caminaban detrás con la cabeza baja levantaron inmediatamente la cabeza y miraron a Albrecht con los ojos muy abiertos cuando dijo esto. Diego también lo miró de arriba abajo, estupefacto.

«¿De verdad…?»

«Sí».

Diego miró fijamente a Albrecht, y soltó sin querer unas palabras que jamás se atrevería a decirle un caballero.

«Yo tengo 24 años, ¿le importaría que dejara los honoríficos, señor?».

Este era un mundo en el que la edad no importaba mucho, pero los que tenían quince años ciertamente eran considerados jóvenes.

«No me importa».

Sorprendentemente, Albrecht aceptó al instante. Diego se detuvo, sorprendido. Miró la espalda del caballero y al principio pensó que le había escuchado mal. Hizo un gesto un poco exagerado mientras respondía: «¿De verdad, señor? Lo voy a hacer de verdad».

«No lo diré dos veces».

«¡Lo haré, qué demonios…! ¡No puedo creer que esté hablando informalmente con un caballero! ¡Jajaja!»

La risa de Diego sonaba demasiado alegre, rió a carcajadas durante tanto tiempo que era difícil saber si estaba gritando o simplemente riendo. Finalmente, gritó al cielo.

Albrecht avanzó durante todo ese tiempo sin decir nada, pero cuando frunció el ceño y miró a Diego, se sorprendió cuando lo encontró llorando.

Estos mercaderes que agotaron sus provisiones pasaron sus días entre sentimientos de frustración y ansiedad, solo para ser atacados al final. Sus compañeros murieron, incluido su propio Lord, quien fue asesinado por los mercenarios que contrataron.

Diego había vivido su vida en aislamiento durante seis meses y se había arrepentido decenas de veces del rumbo que había tomado su vida. Dejando de lado lo que significaban esos tesoros, había muchas oportunidades que podría haber aprovechado para vivir una vida propia.

Se sintió amargado y pensó que era injusto que su vida terminara trágicamente sólo por esas piedras deslumbrantes. Estaba más enfadado consigo mismo, un patán que no podía deshacerse de su codicia y era incapaz de abandonar el grupo de mercaderes.

Cuando sintió una felicidad repentina que pensó que nunca volvería a sentir, no pudo evitar sentirse triste por los días que había vivido. Sus lágrimas continuaron fluyendo y no pudo evitar llorar a pleno pulmón.

Diego le dió una sonrisa que en realidad asustaba a Albrecht mientras los sentimientos de ira y tristeza se calmaban después de haber llorado durante mucho tiempo.

«Encantado de conocerte. Mi nombre es Diego Reines de Vivar. Amigo*».

Extendió la mano, aparentemente esperando un apretón de manos. Albrecht le devolvió la sonrisa y le estrechó la mano.

«Yo también estoy encantado de conocerte. Soy Albrecht von Hoenkaltern. Amigo».

Diego se sorprendió una vez más y le miró fijamente. Hace poco estaba tan absorto en sus emociones y se dejó llevar, por lo que se armó de valor para hacer lo que hizo. Realmente no pensó que Albrecht lo aceptaría como un amigo. Esto le hizo sentirse mejor, la fría respuesta de Albrecht parecía haber eliminado todos los nudos del pasado en su corazón.

Ese día, la estación de transporte de madera se veía a lo lejos.


  • Gacha: Alimento de consistencia cremosa y espesa.
  • Cazo: Recipiente de cocina, con mango y metálico, utilizado sobre todo para cocinar alimentos.
  • En la versión del inglés Diego dice “amigo” en español.