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TBA-015

El otro caballero cedió primero.

“Soy Ernst, un caballero leal a Gottfried von Halkenburg, el Conde de Halkenburg”.

“Soy Albrecht von Hoenkaltern, caballero y sucesor de Kaltern”.

Ernst se quedó sorprendido. No pensó que la otra persona fuera un noble sucesor de un territorio, pues los sucesores apenas se aventuraban fuera de sus dominios. Además, el grupo que estaba detrás de él no parecía el séquito de un noble. A Ernst le pareció extraño.

Benzel también se sorprendió. Había pensado que Albercht era sólo un vagabundo. ¿Quién iba a pensar que era un heredero?.

Ernst comenzó a utilizar los honoríficos porque su adversario era de un rango superior al suyo.

“Perdóneme si soy grosero, pero ¿podría decirme el propósito de su viaje?”

Albrecht miró a Benzel.

Benzel dio un paso adelante y respondió con tacto.

“Ah, soy… soy un mercader. Vamos de regreso a Roybeck. Dirijo un negocio de Changguan”.

Era a Albrecht a quien Ernst había preguntado. Sin embargo, cuando escuchó la palabra “Changguan”, se dio cuenta de que había entendido mal la situación.

“¿Puedo mirar dentro del carruaje?”

“Sí, por supuesto”.

Benzel levantó la carpa de los carruajes y vió lo que había dentro. Ernst miró en ambos carruajes y asintió.

“Pueden pasar una vez que paguen el peaje. Dos monedas de plata por persona. Excepto el Señor Caballero, claro”.

Benzel, que estaba acostumbrado a pagar peajes, pagó el peaje por todos, excepto por Albrecht.

Ernst movió la cabeza hacia un lado para indicar que el grupo podía pasar.

Mientras atravesaban la aldea en ruinas, algunos de los soldados que allí se encontraban movieron las caderas, gritaron y lanzaron algunos comentarios obscenos.

Albrecht vio cuántos soldados y supo que había veinte. Eran demasiados para seguirles la pista.

Sus armas y armaduras eran variadas. Algunos llevaban un grueso gambesón con una gorra a juego, otros una armadura de cadenas perforada, y otros más una capa de cuero sobre una armadura de cadenas desgarrada. Tenían lanzas, espadas, hachas y escudos de madera. Sin embargo, la mayoría de sus armas no estaban en buen estado.

Todas las armas parecían viejas y claramente estaban desgastadas. Al contrario, parecían más bien armas de segunda mano, recogidas del campo de batalla.

No estaban en una época en la que la gente se preparaba para luchar por su nación o sus señores. Estaban en una época en la que la gente tenía que prepararse para sobrevivir.

El sol ya se estaba poniendo. Para cuando el grupo de Albrecht había atravesado las ruinas, ya era de noche. El grupo no tenía buenas opciones para descansar esa noche, así que sólo pudieron montar un campamento en un terreno llano al lado del camino.

Encendieron un fuego y sacaron una olla para preparar la comida. Albrecht comenzó a hablar mientras la gente se reunía alrededor del fuego y empezaba a comer.

“Puede que nos ataquen esta noche”.

Los dos mercenarios del grupo estaban conscientes. Los mercenarios, los bandidos y los ladrones estaban en la misma onda, y ambos eran mercenarios ya experimentados así que sabían cómo pensarían otros como ellos.

Su grupo era una buena presa. No podían evitar sentirse ansiosos. Sólo tenían a unas pocas personas de su lado que sabían cómo luchar.

No fue una sorpresa que todos, excepto los dos mercenarios, quedaron sorprendidos.

Benzel cuestionó: “Pero pagamos el peaje”.

Fue una respuesta demasiado lógica, si fueras un mercader. Albrecht miró la hoguera, organizando sus pensamientos para preparar un argumento que convenza a su compañero.

“Son demasiados. Sólo tenemos tres personas que pueden luchar entre nosotros. Somos un buen objetivo… y uno fácil además”.

Sus palabras les pusieron la piel de gallina. Benzel habló con ansiedad.

“Entonces, ¿qué debemos hacer? ¿Debemos escapar?”

“¿Cómo? Se nos puede rastrear con una antorcha. Podrán alcanzarnos en un minuto”.

Albrecht instruyó: “Todos ustedes escóndanse en los arbustos donde la luz de la hoguera no los alcance. Ustedes dos, protejan al resto de nuestro grupo. Echen más leña al fuego, sigan mis instrucciones y yo me encargaré de esto”.

Todos se preguntaron qué estaba diciendo Albrecht y se sorprendieron cuando le oyeron decir que él se encargaría de la situación.

Benzel dijo: “Señor Caballero. Tenemos más de veinte oponentes, si no es que más. Cómo podrías sacarnos de esta situación tú solo…”

“¿Entonces tienes una mejor idea? Soy todo oídos”.

No tenía ninguna.

No obstante, eso no evitó que todos se preguntaran si esto funcionaría. Estaban tan ansiosos que ni siquiera sabían si la comida que comían iba a la boca o a la nariz. Cuando terminaron la comida y agregaron más leña al fuego, hicieron lo que Albrecht les dijo. Se colocaron a una gran distancia detrás de Albrecht, se agacharon y contuvieron la respiración.

Albrecht colocó su escudo y su hacha a su lado. Como sus oponentes estaban armados, era mejor usar su hacha que su espada.

El sonido crepitante de la leña quemada entró en sus oídos. Los ojos azules de Albrecht se agitaron al reflejar la leña. Las estrellas aparecieron una a una en el cielo, como si esperaran con ansias observar la batalla que se avecinaba. Una galaxia apareció en el cielo del este, terminando con el espectáculo nocturno.

El corazón de Albrecht latía con fuerza. La última vez, se enfrentó a bandidos que provenían de un grupo de mercaderes y no tenían mucha experiencia de combate. Pero esta vez iba a ser diferente. Sus oponentes tenían experiencia y estaban armados con un equipo que si bien estaba desgastado, cumplía su objetivo. Además, también tenían un caballero con ellos.

Sin embargo, su corazón estaba eufórico, su espíritu impaciente por una lucha de verdad.

La gente que estaba detrás de él, sin embargo, estaba luchando contra el sueño, manteniendo la inconsciencia a raya debido a la ansiedad que les provocaba estar en una situación de vida o muerte.

Cuando ya sólo quedaban unas pocas ramas de leña junto a Albrecht, el piso empezó a temblar. Los soldados se acercaron uno a uno y rodearon a Albrecht con armas en mano.

“¿Estás solo?”

Bajo la luz de la hoguera, Albrecht, de pelo rubio rojizo, los miró. Se levantó con su hacha y su escudo, y respondió con una fría sonrisa. “Sí”.

La lucha terminaría inmediatamente una vez que Albrecht fuera asesinado. Después de todo, él era su objetivo número uno en primer lugar.

Los soldados compartieron miradas y asintieron entre sí antes de empujar sus lanzas al unísono.

Albrecht se precipitó hacia un lado, esquivó cuantas lanzas pudo y golpeó su escudo contra las lanzas restantes. Los soldados que recibieron la fuerza del impulso sobrehumano del Caballero, gritaron mientras la madera rasgaba sus palmas. Los soldados entraron en pánico y movieron la mano para sacar sus espadas. Albrecht, en cambio, se acercó con la velocidad de un rayo y blandió su hacha. La cabeza cortada de un soldado se elevó antes de que los demás pudieran sacar sus espadas.

Albrecht atravesó rápidamente con su hacha el cuerpo de otro soldado que estaba a su lado, quien murió antes de que pudiera siquiera adoptar una postura para bloquear el ataque de Albrecht. Había sido abierto desde el cráneo hasta el pecho.

Tras romper la formación de soldados, Albrecht atacó de forma temeraria, matando a cinco personas en pocos segundos.

Más soldados llegaron al lugar e intentaron apuñalar a Albrecht por la espalda. Éste, consciente de sus alrededores desde un inicio, se dio la vuelta y bloqueó tres lanzas con su escudo, esquivando el ataque sin cometer errores. Con un movimiento de su escudo, creó una abertura el tiempo suficiente para acercarse y acabar con los tres.

En ese momento la formación de la caballería era un desastre y Albrecht simplemente empezó a cazar a los soldados asustados, como un tigre del Norte frente a un rebaño de ovejas.

Había pasado menos de un minuto, y ya había dieciséis cadáveres tirados por ahí. El resto de los soldados abandonaron sus armas y huyeron.

Ernst, que observaba desde lejos, se quedó sorprendido. Los caballeros eran tratados, en efecto, como armas de combate y potencias por sí mismas, pero este que tenía ante sus ojos era simplemente un monstruo. Había pensado que si Albrecht se veía rodeado por sus soldados y era apuñalado por todas esas lanzas, resultaría gravemente herido. Pensaba intervenir entonces y encargarse él mismo.

Ernst se estremeció al mirar a Albrecht.

Albrecht, cubierto de sangre y con su sombra bailando al ritmo de la hoguera, parecía un demonio salido del infierno.

El joven miró fijamente a Ernst, oculto en la oscuridad y dijo: “Cobarde”.

Ernst también era un caballero. Aunque estaba asustado, cuando le llamaron cobarde, sus piernas avanzaron solas a pesar de que su mente le decía que huyera.

Así, los dos caballeros se enfrentaron cerca de la hoguera. Ernst sacó una espada junto a su respectivo escudo. Albrecht, en cambio, tiró su escudo al suelo.

Una ligera brisa pasó en ese momento, haciendo que la hoguera ardiera con más intensidad, como si quisiera animar las cosas. Las sombras de los dos caballeros bailan con frenesí mientras ambos analizan al contrario.

Albrecht se acercó con paso firme con una sonrisa y Ernst bajó la postura y levantó el escudo justo por debajo de los ojos para dirigir a su oponente una mirada penetrante.

Albrecht no pareció preocuparse, sino que sostuvo su hacha con ambas manos, acortó la distancia y lanzó su hacha. Ernst estaba preparado de antemano, pero cuando el hacha impactó con el escudo dejó de sentir sus manos.

Ernst trató de cubrir su estómago con su escudo y planeó contraatacar con un ataque en la cara con su espada. Sin embargo, en ese momento, Ernst tuvo una sensación visceral de pánico. Podía apostar su vida a que esa hacha atravesaría su escudo, su yelmo y tocaría su cabeza. Iba a morir.

El Hacha del Trueno de Siegfried atravesó el cuerpo de Ernst como si fuera mantequilla. Para Albrecht, pareció que el Hacha cortó a través del aire. De hecho, pensaría que falló de no ser porque toda la parte superior de Ernst fue cortada por completo en vertical.

Su cuerpo se derrumbó en un instante, su cerebro y tripas derramándose simultáneamente. Un vapor de color rojo surgió del cadáver al tocar el suelo.

Albrecht, con el hacha en su mano, miró al miserable Ernst. Luego vio los cadáveres que lo rodeaban y una intensa sensación de placer envolvió su cuerpo. Levantó la mirada hacia el cielo y vio la galaxia cruzada. No pensó en nada más. Sólo siguió mirándola.

Al cabo de un rato, esa sensación desapareció. Se volvió hacia la dirección en la que se escondía su grupo.

“Salgan, todos”.

Nadie salió, así que repitió sus palabras con un suspiro.

“He dicho que salgan”.

Sólo entonces las personas que se escondían en la oscuridad salieron una a una. Todos miraron a Albrecht, cubierto de sangre de la cabeza a los pies y con una expresión extraña en el rostro — algo que los humanos no deberían ver.

Actuaron como si hubiera algún tipo de depredador, como un león o un tigre, a su alrededor. Nadie se acercó a Albrecht, ni siquiera Diego.

Todos miraron a Ernst, que había sido cortado casi en su totalidad, y se preguntaron si esto era real. Además del cuerpo de Ernst, los cadáveres de los demás hombres tenían un aspecto lamentable.

Albrecht escuchó el sonido de la hoguera y se quedó mirándola.

Pensó en su pasado.

Pensó en aquella vez que se quedó dormido en su propia habitación después de hacer horas extras en el trabajo, cuando su madre llegó a su habitación alquilada llevando platos de segunda mano, cuando fue a una entrevista de trabajo por primera vez con el corazón a punto de explotar, cuando fue a la universidad por primera vez para hacer el examen de ingreso y cuando se peleó con su mejor amigo en la escuela secundaria.

En algún momento, esos recuerdos se detuvieron y empezó a vivir como Albrecht. Recordar lo que vivió en la Tierra era como ver fotos de una exposición fotográfica sobre alguien más. Le hacía sentir un poco de nostalgia, pero eso era todo.

Admiró las fotos expuestas una por una. Entonces, frente a él, había una foto de un demonio que era exactamente igual a él. Tenía el pelo rubio y los ojos azules, y llevaba un traje. El demonio giró la cabeza hacia él mientras admiraba las fotos.

Fue una sensación diferente a cuando le cortaste las orejas a Eric. Se sintió mucho mejor. Eso es lo que tú también sentiste, ¿verdad?

No contestó, simplemente miró al demonio.

Matemos a toda la gente de esta caravana y vayámonos. ¿No te parece agobiante?

Se quedó mirando a aquel demonio sin decir una palabra. Este sonrió y desapareció como una brizna de humo.

Albrecht despertó de sus pensamientos cuando alguien se sentó a su lado. Era Martina. Entonces vio un cubo y una toalla a su lado.

“Lo limpiaré por ti”.

Martina giró la cabeza de Albrecht para poder mirarlo. Sus ojos se encontraron. Empapó la toalla con agua y le limpió la cara.

Le limpió cuidadosamente la frente y la zona de los ojos, la nariz, las mejillas, las orejas, los labios y el cuello. Albrecht miró a Martina mientras le limpiaba la cara. Ella también le miraba de vez en cuando.

Lavó la toalla varias veces y también le limpió la armadura. El agua del cubo pronto se volvió roja.

Martina se fue a limpiar la toalla y el cubo. Luego regresó y volvió a sentarse junto a Albrecht. Elena, Anna y Diego también se acercaron y se sentaron. Permanecieron en silencio.

Albrecht sonrió, rodeó sus rodillas con los brazos y recostó la cabeza para dormir.


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The Biography of Albrecht

The Biography of Albrecht

Chronicle of Albrecht, TBOA, 알브레히트 일대기
Puntuación 7.8
Estado: Ongoing Tipo: Autor: , Lanzado: 2019 Idioma Nativo: Korean
One day, our protagonist, Albrecht, gained the memories of a modern man.

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