TBA — Capítulo 28

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La herida realizada por el caballero al final, aquella que iba desde la mandíbula hasta los labios, quedaría como una cicatriz más. Pero era un pequeño precio a pagar para ganar una lucha por su vida.

Luchando por contener la euforia que sentía al ganarle al oponente más fuerte que jamás enfrentó, Albrecht se acercó a su caballo y sacó un kit de primeros auxilios de su bolsa, materiales que reunió junto a Diego y las chicas. Se colocó un poco de guata* de tela en la herida, pero enseguida quedó empapada de sangre y no importaba cuántas veces la reemplazara, su herida seguía sangrando.

‘¿Es más grave de lo que pensaba?’

Por mucho que se recuperara, Albrecht necesitaba un tratamiento adecuado. Probablemente moriría desangrado de no ser así.

Tenía que coserlo, pero no tenía las herramientas para hacerlo. No podía envolver su rostro con vendas, así que sólo podía frotar la herida con un paño. Albrecht se apresuró a rebuscar en el kit y oprimir la herida con un paño, registró su cuerpo para verificar si tenía más heridas y tomó su hacha. Necesitaba ir a una posada para ser atendido lo antes posible.

Era difícil ver de noche a menos que hubiera luna llena, pues estaba en un mundo muy diferente de una noche en la Tierra moderna, donde casi había luces por todas partes.

Aquella no era una noche de luna llena.

‘Creo que estoy realmente jodido’.

Afortunadamente, había traído una antorcha de aceite. La encendió rápidamente y subió a su caballo, notando que sólo iluminaba una pequeña zona a su alrededor. No tuvo más remedio que montar el caballo a la misma velocidad que normalmente caminaba.

‘Maldita sea. Pensar que el Rey Caballero que masacró a las tropas de Rutger moriría desangrado. ¿Cómo pudo pasar esto?’

Necesitaba conseguir ayuda, pero estaba perdido en este mundo medieval. No sabía a dónde ir en esa noche muy oscura. Pronto vió luces a lo lejos, así que tenía la esperanza de encontrar pronto un lugar donde pudiera recibir ayuda. Sin embargo, incluso después de mucho tiempo, seguía sin encontrarse con alguna cabaña.

El paño presionado contra su herida pronto se volvió oscuro y pegajoso, así que lo tiró. Después, el fuego de la antorcha se apagó. Desde ese momento se esforzó por ver algo más allá de la oscuridad total de la noche y distinguió la débil silueta de algo, para descubrir que era un árbol.

Albrecht ya estaba en mal estado, pero de repente el caballo se negó a moverse porque ya no podía ver nada. Se bajó del caballo, tomó las riendas y caminó guiando al animal.

La sangre de sus heridas empezó a coagularse. Sin embargo, eso no ayudó a que la hemorragia se detuviera. Incluso sin ver su cara, sabía que estaba pálido.

Fue entonces que encontró lo que producía la luz en el horizonte.

Vio la figura de una hoguera en un bosque cercano, con algunas personas que parecían campesinos reunidos a su alrededor. Había una pareja de mediana edad, un niño que parecía tener apenas 10 años, una niña de menor edad que parecía seguir al niño y un bebé que la madre llevaba en brazos. Una familia de cinco miembros.

Estaban acurrucados para calentarse, pero parecían estar luchando por dormir.

Tal vez oyeron a Albrecht acercarse, ya que todos se quedaron observandolo, sin palabras. Cuando se reveló ante ellos, la pareja se asustó. Los niños gritaron.

«¡Per-perdónanos por favor! Perdona nuestras vidas».

El hombre suplicaba de rodillas mientras su mujer también se arrodillaba mientras sostenía al bebé que lloraba. Los niños debieron sorprenderse al ver el rostro de Albrecht cubierto de sangre.

«No he venido a mataros. Sólo quiero pediros ayuda. Tengo que curar mi herida, ¿tienes una aguja?»

«¿Perdón?»

«¡Una aguja!».

El hombre gritó a su mujer: «Aguja, una aguja. Dale una aguja».

La expresión de la mujer mostraba que no sabía qué hacer. «No hemos empacado una aguja. No tenemos ninguna».

La impotencia apareció en el rostro del hombre. Albrecht se apresuró a hablar antes de que el hombre pudiera volver a enloquecer.

«Está bien, no te voy a matar. No tienes que tener miedo. ¿Puedo acompañarte aquí entonces?»

«¡Sí, por supuesto! Por supuesto».

Albrecht ató las riendas de su caballo a un árbol cercano y se sentó un poco lejos de ellos.

‘Oh, mierda. ¿Qué hago?’

No pensó que moriría de esa manera. Su situación después de aniquilar a las tropas de Rutger fue mucho peor que ésta y, aún así, la diferencia fue que Georg lo hizo tratar con sus curanderos poco después.

‘Ah, estoy entrando en pánico.’

«Um…»

Justo en ese momento, la mujer -que había estado mirando a Albrecht durante mucho tiempo mientras consolaba a sus hijos que lloraban- habló. Albrecht se sobresaltó al ver que la mujer miraba en su dirección.

«Su herida… ¿Puedo echarle un vistazo?»

Albrecht asintió. La mujer se acercó a él con cautela; el hombre la miró con ansiedad.

Su mujer miró brevemente la herida de Albrecht y luego fue a buscar algo en sus bolsas. Sacó una caja de madera y cogió un puñado de hierbas de su interior. Luego se las metió en la boca y las masticó durante un buen rato.

Volvió a acercarse a Albrecht, sacó lo que tenía en la boca y empezó a aplicarlo en las heridas.

‘¿Va a funcionar?’

Desde que tenía recuerdos de una persona en la Tierra moderna, era muy escéptico con los remedios populares de este mundo.

Sinceramente, se había quedado muy desconcertado cuando su madre había utilizado aceite de oliva para tratar a Eric.

La mujer aplicó toda la hierba que había masticado sobre las heridas de Albrecht. Luego arrancó el dobladillo de su delantal y lo utilizó para cubrir las heridas.

«Eso dejará una cicatriz. Pero al menos detendrá la hemorragia».

Albrecht sacó una bolsa de su bolsillo y les dio cinco monedas de plata. Se basaba en el número de miembros de su familia. Pensó en darles una moneda de oro para mostrar su gratitud, pero no le pareció educado pedir cambio en esta época.

En efecto, era normal recibir cambio de los comerciantes de una ciudad cuando se hacían transacciones. Pero la mayoría de la gente corriente sólo solía llevar y utilizar monedas de plata y cobre.

Cuando la mujer recibió las cinco monedas de plata, ella y su marido dieron las gracias a Albrecht en repetidas ocasiones. El ambiente tenso pareció calmarse tras el intercambio. Los niños pequeños, escondidos detrás de su madre, miraban a Albrecht con curiosidad.

Él preguntó: «¿Sabéis dónde está Penbacht?».

La pareja se miró y luego negó con la cabeza. La mayoría de los campesinos no sabían mucho del mundo exterior porque casi nunca salían de sus pueblos. Aunque conocían los nombres de algunos territorios, no sabían los nombres de los pueblos del interior. Sólo los viajeros y los mercaderes poseían esa información, aunque de vez en cuando había excepciones.

Albrecht asintió e hizo otra pregunta: «Me dirijo al sur de la ciudad de Roybeck. ¿Conocéis algún pueblo o posada cerca de aquí?».

Los rostros de la pareja se volvieron repentinamente sombríos tras escuchar la pregunta de Albrecht.

El hombre respondió: «No hay pueblos por aquí. Ahora están todos en ruinas».

«¿En ruinas?»

«Consecuencias de la guerra, chico. El Rey Conrado y el Rey Leopoldo se enfrentaron. Luego, los señores de los territorios circundantes saquearon los castillos».

«Así que están buscando refugio».

La pareja parecía aún más sombría.

«¿Pero por qué estáis solos? ¿Dónde están los demás?»

«Cuando me enteré de que la aldea de al lado ya estaba en ruinas, les dije a los aldeanos que debíamos buscar refugio inmediatamente. Pero todos dijeron que nuestra aldea estaría bien, no querían abandonar sus hogares. Así que fuimos los únicos que escapamos».

Ahora se encontraban en dirección noreste desde la frontera central. Se dice que la aldea de la que procedía la pareja estaba cerca de la parte oriental de la frontera Central. Pensaban refugiarse en el Norte.

Por la historia de la pareja, parecía que las partes este y sureste de la Región Central estaban atrapadas en la guerra. También era posible que Penbacht lo estuviera. Había oído una vez que Penbacht estaba cerca de la Región Central.

«¿Tienen un lugar al que ir?»

La pareja negó con la cabeza, sus rostros se volvieron aún más sombríos.

En esta época no existían los automóviles. Los campesinos rara vez se alejaban de sus pueblos y parientes. Era habitual que vivieran cerca unos de otros, así que sólo había unos pocos que tuvieran parientes viviendo en otras zonas o territorios.

No tenían a nadie en quien confiar. Ir al Norte con el objetivo de sobrevivir era una apuesta por sí misma. Su trayecto sería peligroso, su futuro algo sombrío.

Albrecht se levantó y se dirigió a su silla de montar. Cogió la caja que contenía su kit de primeros auxilios y vació su contenido en una bolsa. Luego entregó el estuche a la pareja. Tenía grabados el trigo y el arenque.

«Llevad esto con vosotros y dirigíos a la ciudad de Roybeck. Id a la mansión de los Baldevick y buscad a Diego, asegurense de enseñarle esto y decirle que es de Albrecht. Digan que me conocieron mientras escapaban de la guerra y que ustedes salvaron mi vida. Así podrás ganarte un futuro».

La pareja recibió el maletín, sintiéndose un poco confundida.

«Gracias».

«Recuerda. Busquen a un tipo llamado Diego. Diego Reines de Vivar».

La pareja y Albrecht volvieron a quedarse en silencio, igual que antes. Albrecht se puso su capa.

‘Seguiré las enseñanzas de mi padre mientras pueda.’


  • Lámina gruesa de algodón en rama que se emplea para rellenar o acolchar tejidos.