TBA — Capítulo 18

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Apple: No, no los he abandonado. <3


El río Bizer se dividía en dos, con un pedazo de tierra intercalada en el medio, hasta desembocar en el mar. La ciudad de Roybeck se construyó en el centro de aquel pedazo de tierra. Un poco más allá del río se encontraba la bahía Roybeck.

El foso natural alrededor de Roybeck está formado por el río Bizer, y sólo estaba a una pequeña distancia del mar. Era el terreno perfecto para establecer una ciudad.

Roybeck estaba lejos del continente oriental, y era más pequeña que la mayoría de las ciudades emblemáticas del sur.

Su superficie total era un poco más grande que Yeouido*, pero mucho más pequeña que Kaltern. Sin embargo, los densos edificios de Roybeck mostraban que estaba casi tan poblada como Kaltern.

Los edificios tenían de dos a tres pisos de altura, las paredes estaban pintadas de blanco y los tejados eran puntiagudos, como las pirámides. Algunos edificios de una sola planta eran de ladrillo, y había un muro de piedra de altura media que rodeaba la ciudad.

El sol estaba a punto de ponerse, por lo que no había mucha gente entrando y saliendo de las puertas de la ciudad.

Cuando el grupo intentó entrar en la ciudad, se encontraron a dos soldados uniformados y armados con escudos y lanzas. Los soldados rara vez llevaban eso, así que fue una vista extraña. Al principio, su inspección fue floja; sin embargo, cuando vieron a Benzel, fingieron inspeccionar al grupo de forma estricta.

Hablaron con Benzel sobre algo y luego miraron a Albrecht.

«¿Ese es el Mutilador Vertical?»

«Maldita sea».

Uno de los soldados instó a Benzel a que le contara con detalle lo sucedido aquella noche, y le preguntó si los rumores eran ciertos.

Benzel respondió con una sonrisa de mercader: «Te lo contaré más tarde. El sol se está poniendo, así que me gustaría volver primero a la ‘Guarida’, cambiarme de ropa y descansar».

Las inspecciones incluían revisar el contenido de los carruajes y confirmar la identidad de las personas que entraban en la ciudad, pero los soldados no hacían nada de eso.

Dado que la propia ciudad estaba conectada con el bajo mundo, estos soldados bien podrían haber sido sus secuaces.

En lugar de registrarse en una posada, Benzel le dijo al grupo que fuera a la «Guarida» por ahora. La «Guarida» era a la vez su oficina de negocios y un escondite de dominio público. Su nombre oficial era «La Guarida del Lobo», pero en realidad era un lugar de entretenimiento.

El grupo de Albrecht estuvo de acuerdo ya que sabían que tenían que reunirse con Rutger de todos modos.

Cuando caminaron por las afueras hacia el sur de la ciudad y se adentraron en ella, vieron menos de los hermosos edificios que habían visto al principio y más casas en mal estado que suelen verse en los barrios bajos. Caminaron un poco más y vieron un edificio de tres plantas del tamaño de los grandes almacenes modernos en la Tierra.

Sus paredes estaban pulcramente pintadas y su estructura estaba en mejores condiciones. El primer piso estaba construido con ladrillos, mientras que el segundo tenía una combinación de dibujos y símbolos tallados en madera.

Era un edificio enorme y elegante, muy raro en esta época. Sin embargo, contrastaba mucho con las casas destartaladas de los alrededores.

Antes de que se dieran cuenta, había oscurecido. No obstante, la ciudad estaba iluminada por las ventanas de los cientos de casas en el barrio. Bien podría ser de día.

Albrecht -e incluso Diego y las tres mujeres que venían de la ciudad más grande del Continente Norte- se sintió abrumado por este enorme y espléndido edificio.

Uno de los hombres de Benzel condujo el caballo de Albrecht al establo anexo al edificio. Albrecht cogió su hacha, el escudo y el casco que había colgado en la silla del caballo; el grupo de Diego cogió el cofre y el resto de las pertenencias. Benzel entró primero en el edificio.

Como si se tratara de un club moderno en la Tierra, se escuchó un sonido reverberante desde el exterior del edificio, y cuando Benzel abrió la puerta, un fuerte ruido salió de las puertas.

«Vaya, Benzel, ¿eres tú? ¡Lo es!»

«Hijo de puta, supongo que aún no está muerto. ¡Está jodidamente vivo! ¡Jajaja!»

«¿Qué tiene de bueno este lugar, imbécil? ¿Por qué has vuelto?»

«¿Tu otra cabeza todavía funciona? ¡Jajaja!»

Se escucharon un montón de saludos groseros pero acogedores.

«Cállense, imbéciles».

Benzel respondió de la misma forma a su vez.

Con una tenue sonrisa, Albrecht abrió la puerta y entró.

Salvo algunas habitaciones, todo el primer piso estaba completamente iluminado por innumerables faroles, velas y una larga chimenea central.

El desorden de los huéspedes, algo que parecía inconcebible que sucediera en esta época, estaba a la vista.

Algunas personas estaban vomitando, otras se peleaban o dormían despreocupadamente, mientras algunas tenían una mujer en el regazo a la que frotaban y mordían e, incluso, teniendo sexo con ellas; el resto vertía alcohol sobre unas prostitutas que hacían espectáculos de striptease en la larga mesa o apostaban.

El local estaba abarrotado de gente que derramaba sus crudos deseos sin reservas en aquel establecimiento. El ruido producido por esta frenética armonía no parecía pertenecer a otro lugar más que el infierno.

Albrecht y su grupo se quedaron sin palabras ante este espectáculo inmoral y abrumador.

Diego y las tres mujeres habían visto algún que otro espectáculo pervertido en Lucrezia, pero esta era la primera vez que veían tanto pecado mezclado en un mismo espacio.

La puerta que utilizó Benzel era una puerta exclusiva. Había un largo bar justo enfrente, un lugar más civilizado para los ejecutivos de menor nivel del Gremio de Ladrones.

Cuando Albrecht entró en la Guarida del Lobo, todas las personas que recibieron a Benzel fijaron su mirada en él.

Él los miró con indiferencia.

Un hombre preguntó a Benzel en un susurro: «¿Es ese…?».

Benzel asintió sin decir nada.

A diferencia de sus anteriores encuentros durante el viaje, la gente de alrededor actuaba tímidamente y fijaba sus ojos en él cuando creían que no estaba atento. Lo miraban con nerviosismo y al mismo tiempo lo escudriñaban.

Benzel dijo, de forma algo suave, «Señor Caballero, mis sinceras disculpas, pero tendré que subir primero para informar a nuestro líder. ¿Le parece bien?»

Dado que era de mala educación que un anfitrión hiciera esperar a un noble sin saludarlo, Benzel le pidió respetuosamente su comprensión.

Albrecht asintió como si nada.

«Oye, dale una copa del mejor vino del Sur al Señor Caballero».

«No hay nada de eso aquí en el primer piso», respondió el camarero con franqueza.

Benzel tenía una expresión de vergüenza en su rostro mientras miraba a Albrecht.

«Al diablo, entonces dale el más caro».

El camarero seguía actuando con brusquedad mientras servía cerveza en un vaso de madera. Benzel le indicó exageradamente a Albrecht que se sentara.

«Tome asiento aquí. Enseguida vuelvo».

Luego procedió a subir las escaleras a toda prisa mientras Albrecht se sentaba con un sorbo de cerveza. Estaba buena.

El grupo de Diego se mantuvo incómodo detrás de él.

Los otros ejecutivos de bajo nivel que estaban en el bar pronto desviaron su atención y empezaron a hablar entre ellos de nuevo. Benzel no bajó durante mucho tiempo. La cerveza de Albrecht ya estaba tibia y se había terminado la mitad.

Al sentir la mirada de alguien sobre él, Albrecht miró a un lado. En medio del grupo de ejecutivos de bajo nivel había un hombre bastante grande que le miraba fijamente.

Albrecht le devolvió la mirada con calma, pero no pensaba apartar los ojos. De repente, comenzó un concurso de miradas sin sentido entre los dos. Albrecht se levantó de un salto y se acercó.

Todos los ejecutivos de bajo nivel se detuvieron para observar la situación.

«¿Qué? ¿Tienes algo que decir?» preguntó Albrecht mientras miraba al hombre.

El hombre grande de barba poblada que parecía un bandido se levantó. Era más alto que Albrecht por una cabeza.

Miró a Albrecht y respondió: «No tengo nada que decir».

En cuanto las palabras del hombre grande salieron de su boca, Albrecht agarró aquella mandíbula. Todos los ejecutivos de bajo nivel sacaron sus puñales a la vez, pero…

«Entonces, ¿quizás ya no necesites esto?»

El hombre grande intentó sacudirse del agarre de Albrecht con ambas manos, pero no pudo liberarse antes de que Albrecht se la desprendiera.

«Keuooooo…»

El hombre aulló de dolor y se sentó.

Albrecht miró a los ejecutivos de bajo nivel: «¿Qué? Ya que habéis sacado vuestras dagas, deberíais usarlas, ¿no?».

Todos dudaron. Ninguno se atrevió a acercarse a él.

Justo entonces, el hombre grande sacó una daga de su cintura e intentó apuñalar a Albrecht, pero este simplemente atrapó la mano del hombre que sostenía la daga y le dio una patada en la rodilla.

«¡Aack!»

El hombre grande intentó sentarse para organizar un contraataque más certero, pero sus rodillas estaban dobladas en un ángulo extraño, dejándolo en una posición ambigua.

Albrecht procedió a sujetar la mano del hombre que sostenía la daga y la forzó a bajar con lentitud en dirección al ojo. El hombre emitió un gemido de agonía cuando su brazó sucumbió ante aquella fuerza abrumadora, provocando que estuviera a punto de apuñalar sus ojos con sus propias manos. Intentó balancear su otro brazo para golpear la cara de Albrecht, pero también quedó atrapado en una llave.

A medida que la daga se acercaba poco a poco a sus ojos, el hombre se turnaba para mirar a su daga y a Albrecht, con un brillo de súplica en sus ojos.

Su mandíbula cayó y sonó un inexplicable grito desesperado.

«¡Aaah! ¡Aaaaahhh! Aaahhh!»

«¿Qué? No tenías nada que decir, ¿verdad?»

Albrecht no se detuvo y la daga tocó el ojo del hombre grande. Al instante, la voz profunda de un hombre gritando estalló, y aun así, Albrecht no se detuvo. En segundos, el cuerpo del hombre grande forcejeaba como un pez que sale del agua, pero no evitó que la daga se introdujera lentamente, hasta el mango. Cuando alcanzó el cerebro del hombre, su cuerpo comenzó a convulsionar hasta morir.

Los ejecutivos de bajo nivel que se encontraban alrededor se congelaron, abrumados por la situación.

Lo que hizo que esto fuera aún más trágico para el gran hombre fue que esta horripilante situación sólo añadió más calor al entusiasmo de todos dentro de la Guarida del Lobo.

Albrecht enderezó la espalda y se dio la vuelta, notando que Benzel se encontraba abajo. Se quedó congelado, con la boca abierta mientras miraba en dirección a Albrecht.

Detrás de Benzel había un hombre con una larga cicatriz vertical alrededor del ojo izquierdo. Sus grandes y afilados ojos azules contenían una locura que le hacía parecer un lobo feroz.

Habló con una expresión de satisfacción en su rostro: «Me disculpo por llegar tarde, Señor Caballero. Bienvenido a la Guarida del Lobo».


  • Yeouido – una isla situada en el río Han en Corea del Sur.