TBA — Capítulo 14

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Salvo Albrecht y Martina, el resto del grupo terminó de lavarse y esperó en el comedor del primer piso. Todos se sorprendieron al ver salir a Albrecht junto a Martina en el segundo piso.

La expresión de Martina era bastante agradable.

Albrecht se dirigió al grupo y se sentó en una mesa donde estaba Diego. Éste le miró y dijo: «Estuviste con Martina…».

Albrecht pensó que lo entendería mal.

«Ella sólo me ayudó a quitarme la armadura».

De vuelta a la guarida de los bandidos, Diego y Martina parecían tener una historia entre ellos, así que Albrecht preguntó:

«¿No te ayudó Martina a lavarte esta mañana? ¿Os conocéis?»

Diego se volvió hacia Martina con una expresión de disculpa.

«Es mi hermana menor».

«Ah».

Albrecht ni siquiera pudo dedicarle palabras de consuelo. ¿Cómo se sentiría al ver a un miembro de la familia pasar por seis meses de penurias? Afortunadamente, no se dejó abrumar por los sentimientos de impotencia, miseria y autodesprecio.

Albrecht pensó en decir algo bueno en lugar de dar un torpe consuelo.

«Voy a ser amigo de Martina».

Diego miró incrédulo a Albrecht como si lo que dijera fuera absurdo.

«Tal vez porque eres joven -no, ¿será por la cultura del norte?- pero eres como alguien que no es de este mundo».

Lo que Diego quería decir era que los caballeros de este mundo casi no se diferenciaban de los matones y bandidos. El problema era que su fuerza podía calificarse como una de las «armas de la Humanidad», potencias por sí mismas. La gente no podía actuar sin cuidado frente a ellos.

Además, eran muy hábiles en el combate a caballo. Montar a caballo era una habilidad que los plebeyos no podían aprender, ni qué decir del combate a caballo.

Los caballeros eran considerados como talentos raros y altamente calificados. Eran nombrados por los Lores o Reyes y, por tanto, actuaban con más arrogancia bajo la protección de éstos.

Aunque estos caballeros tenían su propio sentido del orgullo, era diferente de la caballería y del concepto de mantener el honor y el deber. Tampoco llevaban a cabo la idea de no retroceder en un campo de batalla, una parte de la cultura guerrera traída de los días de la sociedad tribal.

Esta fue la razón por la que Diego le dijo a Albrecht que no parecía ser de este mundo. Este amigo suyo era muy diferente de los caballeros habituales que él conoció.

Albrecht respondió con una sonrisa.

«Jaja. Puede que tengas razón…».

Una vez que nació la confianza entre ambos, los dos comenzaron a conversar como verdaderos amigos. Después de que Martina se hiciera amiga de Albrecht, también empezó a hablar un poco más, pero Elena y Anna estaban confundidas.

Alguien preguntó entonces si ya querían comer. El grupo comenzó pidiendo un guiso.

Diego no sabía mucho sobre la topografía del Norte, pero sabía más que Albrecht. Estaba hablando de la dirección que iban a tomar cuando un hombre de mediana edad con el pelo rubio oscuro y algunas canas se acercó a Albrecht. Se quitó el sombrero de plumas que parecía una boina y se lo puso en el pecho como gesto de respeto.

«Umm… Señor Caballero».

Albrecht miró y analizó al hombre nada más escuchar su título. Sus ojos afilados y su cuerpo delgado daban la impresión de ser un vil zorro.

«Um… Mi nombre es Benzel. Dirijo un negocio en Roybeck. Hace un rato, uno de mis empleados escuchó sin querer que ibas de camino a Penbacht».

«¿Y?»

«¿Por qué no viaja con nosotros entonces, señor? Estamos de camino a Roybeck. Tardaremos una semana en llegar, pero sería más rápido ir a Penbacht desde allí».

Albrecht miró a Diego, ya que sabía más que él. Diego respondió al hombre de mediana edad.

«¿Viajar?»

Benzel no quería hablar con este esclavo, pero a Albrecht no parecía importarle que ese hombre hable por él. En fin, no podía importarle menos ahora ya que necesitaba escuchar una respuesta positiva de su parte.

Diego continuó.

«Verás, a los mercenarios se les suele pagar una moneda de plata al día. ¿No significa eso que les costará siete monedas de plata viajar durante una semana? Pero tendrás que pagar más por un mercenario bien armado como este Señor Caballero de aquí. Además, es un noble que domina el combate a caballo, además de poseer un caballo de guerra. Debería costarte dos monedas de oro, ¿verdad?».

Benzel se puso nervioso.

«D-dos monedas de oro es mucho».

«Oh, no estarás pensando en aprovecharte de nuestro Señor Caballero aquí, ¿verdad? ¿No es el precio justo?»

Benzel estaba completamente desconcertado. Si hubiera esperado unos minutos en la posada en primer lugar, seguramente habría escuchado a Albrecht y a Diego hablar sin ningún tipo de preocupación. Pero llegó en medio de su conversación y malinterpretó su relación porque Diego parecía más bien un esclavo que iba a ser vendido a una ciudad.

La mayoría de las historias que Benzel oía sobre los caballeros le decían que normalmente desconocían los precios adecuados y las tendencias del mercado. Era porque si querían algo, sólo lo pedían y nunca compraban nada con dinero. Eran unos malditos con habilidades de lucha que vivían en un pedestal.

Por eso Benzel sugirió primero si podía viajar con ellos. Si tenía alguna otra demanda, como bebidas o mujeres, trataría de escuchar y responder a ella de acuerdo a su disponibilidad. No esperaba que las cosas salieran de esta forma.

Benzel trató de calibrar los pensamientos de Albrecht. No sabía si este caballero sabía que estaba tratando de utilizarlo.

Albrecht estaba mirando con el ceño fruncido a Benzel y este entró en pánico. Se metió en una situación de la que no podía salir.

«Yo… yo entiendo. Dos monedas de oro entonces».

Cuando Benzel le dio la espalda, Diego habló.

«Hey, tienes que pagar por adelantado. Por lo menos una moneda».

Benzel sacó una moneda de oro de su bolsillo, resignado, y se la entregó a Albrecht.

Cuando se dio la vuelta, Albrecht y Diego se miraron y rieron juntos.

Albrecht compró ropa y zapatos de repuesto con la moneda de Benzel y se los dio a Diego y a las tres mujeres.

Diego le agradeció a Albrecht que lo hiciera, pero también se sintió un poco agobiado. Cuando expresó esta preocupación, Albrecht rió y le pidió que se lo devolviera con las piedras preciosas que le daría una vez que llegaran a una ciudad.

Diego se preguntó si esas gemas eran realmente suyas, o si estaba bien aceptarlas, o si esta situación era realmente ahora su realidad.

Parecía haber sido ayer cuando aún vivía en un aislamiento infernal. Se preguntaba si estaba bien cambiar así de la noche a la mañana. Para él, Albrecht era como ese salvador que fue crucificado en las tierras lejanas.

La relación de Albrecht con su grupo era en principio una relación de negocios, pero al chico le gustaba Diego. Se sentía bien haciendo esto como un favor, no como caridad.

Consideraba a Diego como una persona con conocimientos y experiencia, un hombre inteligente, agradecido y culto.

Hablaban informalmente entre ellos como si fueran amigos de toda la vida, y hablaban formalmente delante de los demás. Diego era un activo muy importante. No mucha gente en la Tierra era así.

Si Diego le hubiera tratado como un pelele, ya habría abandonado las piedras preciosas sin decir nada y se habría marchado.

Lo que más le gustaba a Albrecht era que algo dentro de Diego parecía haber madurado después de haber pasado por una tragedia. En un mundo en el que todos los días se producían situaciones infernales, él quería ver si estas personas superan sus experiencias como verdaderas gemas.

El grupo de Albrecht compró cecina, carne ahumada y más provisiones en la posada. Luego, se reunieron con Benzel y partieron al mediodía. Además del grupo de Albrecht, Benzel llevaba siete mujeres, cinco hombres y dos mercenarios.

Dijo que era un mercader, pero no le vieron llevar ninguna mercancía. Sólo llevaba mujeres en un carruaje conducido por dos caballos. Elena, Anna y Martina también iban en esos carruajes, así como el cofre del tesoro. Todos los hombres caminaban excepto Albrecht.

Diego caminó junto a Albrecht, que iba montado en su caballo. Con prudencia, le susurró a Albrecht: «Creo que es un chulo».

«Si».

Albrecht también lo pensó. Pero se preguntaba por qué había elegido parar en un lugar tan remoto como éste cuando podía ir simplemente a una ciudad llena de gente.

«¿Pero no debería ir a una ciudad con mucha gente? ¿Por qué venir hasta aquí sólo para conseguir mujeres?»

Diego pensó un momento y contestó: «No sé mucho en detalle, pero creo que sólo son esclavas. He oído que buscar mujeres en la ciudad es básicamente un trámite para prostituirse, pero las cosas cambian cuando son esclavas».

Albrecht pensó que su razonamiento era cierto.

El grupo viró hacia el sur y continuó por este camino. La fresca brisa de otoño soplaba sobre la hierba al lado del camino cuando vieron un pueblo a lo lejos, mientras subían una colina. El sol, que empezaba a desvanecerse, teñía las ruinas de colores ominosos.

Cuando notaron que el pueblo estaba en ruinas, vieron soldados, con sus armaduras y provisiones esparcidos por todas partes. Habían encendido un fuego y tenían una olla colocada encima.

Los de la caravana estaban nerviosos para entonces, ya que se estaban acercando a las ruinas. Benzel agonizó sobre si debía dar la vuelta y pensar en sus opciones.

A lo lejos, sin embargo, un hombre armadose acercó a su grupo montado sobre un caballo. Era un caballero completamente armado con una armadura de cadenas y un yelmo nasal*.

Se acercó a Albrecht, saludandolo de inmediato.

Albrecht también lo saludó y fue entonces que el caballero miró a Albrecht y le habló.

«¿Quieres identificarte, por favor?»

«Hazlo tú primero».

El caballero miró fijamente a Albrecht en respuesta a su provocadora declaración. Albrecht le devolvió la mirada sin inmutarse. La guerra de nervios entre los dos caballeros puso aún más nerviosa a la gente de la caravana.


  • El yelmo nasal fue un tipo de casco de combate que se caracteriza por la posesión de una barra que cubre la nariz y protege así el centro de la cara. Este yelmo es de origen europeo occidental y fue utilizado desde la Alta Edad Media hasta la Plenitud de la Edad Media.